Aunque en las universidades argentinas estudian y egresan más mujeres que hombres (representan el 57% y el 55% respectivamente), las desigualdades a las que se tiene que enfrentar el género femenino tanto a la hora de cursar, ocupar un cargo -profesional u académico- o llegar a instancias post graduales son numerosas. Por esta misma razón, no sorprende que la participación de las mujeres en la vida universitaria no se vea reflejada en los porcentajes de aquell@s que ocupan los cargos directivos de las unidades académicas (rectores, decanos, vice decanos, etc.), ni del porcentaje de profesores que están a cargo de las cátedras. Las mujeres vuelven a ser mayoría dentro de las categorías más bajas (como por ejemplo auxiliares docentes de dedicación semi exclusiva). La mayoría de mujeres estudiantes y egresadas de una carrera de grado, se puede explicar por el hecho de que son muchas las que ven en una carrera profesional la clave para alcanzar la independencia económica y el desarrollo de un proyecto propio. Este fenómeno de amplia participación de las mujeres en la vida universitaria es novedoso, recién comienza hace 40 años, contra 700 años que tiene la historia de la universidad (470 años en América Latina). Sin embargo, esta posibilidad se ve drásticamente reducida dentro de las mujeres de los sectores más humildes ya que no tienen la posibilidad económica de acceder a la universidad, o se tienen que hacer cargo de una familia a la edad de poder comenzar sus estudios universitarios. En cuanto a las mujeres que tienen la posibilidad de acceder a la universidad, muchas veces, a la hora de alcanzar un título de grado se encuentran ante la disyuntiva que les sigue planteando toda una sociedad: formar una familia o continuar con la carrera profesional. De esta manera, no sorprende que las estadísticas se reviertan en el porcentaje de egresados en los cursos de post grados, 49% son mujeres y 51% son varones. Estos datos igual reflejan un gran mérito, ya que es muy probable que estas mujeres se enfrenten a una doble –o triple- jornada laboral y tengan hijos.En síntesis, a pesar que la universidad se presenta como un espacio de posible realización para el género femenino, sigue reproduciendo dentro de su lógica las desigualdades de una sociedad patriarcal. A pesar de sus méritos y logros académicos, las mujeres siguen sin poder atravesar -en la mayoría de los casos- el “techo de cristal”, tanto fuera como dentro de la universidad. Como en el resto de la sociedad, los puestos de mayor poder o los cargos directivos siguen en manos de los hombres, mientras que los puestos más precarizados en manos de las mujeres. La universidad pareciera no tener en cuenta esta problemática como un eje fundamental para la construcción de una sociedad más igualitaria, ni dentro ni fuera de sus muros. Esta situación se ve reflejada no sólo en la ausencia de mujeres en determinados puestos como se mencionó. También surge en la ausencia de CDIs (Centros de Desarrollo Infantil) en la amplia mayoría de las unidades académicas de nuestro país, en que no se debata la licencia por maternidad o el “día femenino” para los exámenes en los consejos directivos, la carencia de cátedras transversales que discutan la problemática de género como ámbitos obligatorios del currículo académico, la poca presencia que tiene esta problemática en las políticas de las secretarías de extensión universitarias y mucho menos la elaboración de un plan de becas para aquellas que desean seguir con sus estudios y se ven imposibilitadas por ser jefas de familia.
Se hace necesario poner esta discusión en el centro de la política universitaria y comenzar a avanzar sobre las principales reivindicaciones:
- Centros de Desarrollo Infantil. (CDI)
- Licencia por maternidad.
- Aplicación del “día femenino” para exámenes y asistencia.
- Cupos femeninos en los cargos directivos de las facultades y universidades del país.
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