Un nuevo Partido del Orden se ha consolidado, su columna vertebral son las clases medias urbanas identificadas en sus aspiraciones, con el Panteón de la Patria Pastoril, ese nacionalismo de fanfarria, que tan sólidamente supo describir, y criticar, John William Cooke.
Una vez más, la clase terrateniente argentina ha demostrado su verdadero rostro: el de la codicia sin límites, la arrogancia patricia, el odio visceral y epidérmico a cualquier atisbo de política popular. La dirección de este proceso está en manos de los sectores más reaccionarios y concentrados de la agroindustria argentina. Su ejército de avanzada es el Partido de los Medios, que dispara flashes y desaparece manifestantes populares, como nos demostró en la vergonzante cobertura de los actos del martes último.
No nos detendremos en denunciar las maniobras urdidas, la manipulación sin tapujos de imperturbables noteros, digamos lo que digamos, para "ellos" y sus receptores, todo es válido.
El gobierno perdió la batalla en los medios, no en la calle. Aunque hoy la "virtualización" y "mediatización" del espacio público es un hecho incontestable.
El Partido del Orden pretende hacerse de la iniciativa estratégica que hoy, y después de la defección del Vicepresidente, está en abierta disputa.
Ya comienzan a oírse las voces de justicialistas, que prestan el oído al verdadero hacedor de esta maniobra, Eduardo Alberto Duhalde. Llaman al diálogo, a la felonía, saben que la conducción estratégica de este proceso no está asegurada y pretenden, mediante un golpe de manos, cercenar la voluntad política de la Presidenta.
Fue clara la intervención de uno de los senadores del bloque del Frente para la Victoria: esto no comenzó el 11 de marzo, la trama destituyente se tejió en la propaganda que pretendió boicotear el acto eleccionario, en las posteriores declaraciones de Elisa Carrió sobre su "victoria moral", en las disparatadas denuncias de fraude.
La Presidenta debe tomar nota de un hecho irrefutable: debe gobernar para todos los argentinos, pero con un proyecto que necesariamente no puede ser de todos los "argentinos", pues las clases pudientes y sus propagadores miméticos de la clase media urbana son la vocación destituyente misma.
Los miles de hombres y mujeres que arribaron a las sucesivas plazas convocadas por el gobierno, provenían de lo profundo de la argentinidad olvidada, la que transita y recorre los márgenes del boom sojero. Los rostros curtidos son testimonio y programática: Es necesario construir poder popular. Voluntad colectiva, el Estado que interviene no es más que la fuerza social que se hace Estado.
Y esta empresa no requiere de la pulcra propaganda oficial sobre la gestión eficaz en materia social, necesita del gesto excesivo, el gasto inútil que denunciaba la oligarquía vacuna, que abra la posibilidad de que las clases populares se apoderen material y simbólicamente de este gobierno. Nuestros compañeros no defenderán una licuadora ni una heladera, sino lo que ella representa: la intolerable afrenta de considerarse Argentinos por derecho y no de hecho. La de presentar y reclamar su argentinidad.
Las políticas sociales no satisfacen necesidades, "ni construyen ciudadanía progre", son un gesto de redención y de apropiación. Son ideología pura. Lo que el enemigo no soporta es la vocación igualitaria, es esta la verdadera democracia, no la charlatanería de los nuevos "libertadores".
Esa debe ser la forma de asumir el conflicto, sólo las conquistas tácticas asegurarán y consolidarán estratégicamente un proyecto de país, que tímidamente está naciendo.
Se denunciará la vocación divisionista, sí, de aquellos atemorizados por la presencia del otro país, pero esa división, en su latencia y posibilidad, constituyó en el anonimato naturalizado la geografía de nuestra Patria.
La xenofobia, se ha envalentonado, ha salido del pudor privado y ha tomado por asalto el escenario de lo público. Lo que antes era el exabrupto del primo "medio facho" en el asado del domingo que ruborizaba a los restantes comensales, hoy en día es un "legítimo" pronunciamiento. A partir de esta toma de la palabra, se ha comenzado a construir una militancia tenaz, la del cacerolero indignado y crispado. Este no es un dato a subestimar, esta es una derecha de masas.
Para enfrentar este desafío, el gobierno debe redireccionar no sólo su política pública, sino también realimentar la correa de transmisión entre los sectores populares y la participación política. El PJ no puede, ni debe, ser el centro exclusivo y excluyente de tal estrategia, tendrá que someterse a una disciplina movimientista, de liderazgo firme, construido y cimentado en las nuevas formas de protagonismo social, en las nuevas representaciones que este gobierno había convocado y esperanzado.
No basta con el reparto diferencial de las ramas, la transversalidad requiere nuevos bríos, se trata de recorrer una diagonal respecto del sedimento justicialista.
Este gobierno ha mostrado pruebas de historicidad, de conciencia histórica, las clases dominantes también.
El Bicentenario debe cobrar forma a través de las nacientes identidades que hunden sus raíces identificatorias en lo profundo de la historia que supimos leer, pero que se encuentra advertida de las exigencias del presente, de la matriz constitutiva de toda política. Esa matriz es la del sujeto naciente, su experiencia de lucha presente, sus aspiraciones, su cotidianeidad, hacia ella debemos ir, para entusiasmar, para convocar, para vencer.
Se abre un nuevo capítulo, las decisiones que hoy se adopten no podrán ser fácilmente desandadas habida cuenta del estado de la situación, de la trama de fuerzas que la surcan.
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Una vez más, la clase terrateniente argentina ha demostrado su verdadero rostro: el de la codicia sin límites, la arrogancia patricia, el odio visceral y epidérmico a cualquier atisbo de política popular. La dirección de este proceso está en manos de los sectores más reaccionarios y concentrados de la agroindustria argentina. Su ejército de avanzada es el Partido de los Medios, que dispara flashes y desaparece manifestantes populares, como nos demostró en la vergonzante cobertura de los actos del martes último.
No nos detendremos en denunciar las maniobras urdidas, la manipulación sin tapujos de imperturbables noteros, digamos lo que digamos, para "ellos" y sus receptores, todo es válido.
El gobierno perdió la batalla en los medios, no en la calle. Aunque hoy la "virtualización" y "mediatización" del espacio público es un hecho incontestable.
El Partido del Orden pretende hacerse de la iniciativa estratégica que hoy, y después de la defección del Vicepresidente, está en abierta disputa.
Ya comienzan a oírse las voces de justicialistas, que prestan el oído al verdadero hacedor de esta maniobra, Eduardo Alberto Duhalde. Llaman al diálogo, a la felonía, saben que la conducción estratégica de este proceso no está asegurada y pretenden, mediante un golpe de manos, cercenar la voluntad política de la Presidenta.
Fue clara la intervención de uno de los senadores del bloque del Frente para la Victoria: esto no comenzó el 11 de marzo, la trama destituyente se tejió en la propaganda que pretendió boicotear el acto eleccionario, en las posteriores declaraciones de Elisa Carrió sobre su "victoria moral", en las disparatadas denuncias de fraude.
La Presidenta debe tomar nota de un hecho irrefutable: debe gobernar para todos los argentinos, pero con un proyecto que necesariamente no puede ser de todos los "argentinos", pues las clases pudientes y sus propagadores miméticos de la clase media urbana son la vocación destituyente misma.
Los miles de hombres y mujeres que arribaron a las sucesivas plazas convocadas por el gobierno, provenían de lo profundo de la argentinidad olvidada, la que transita y recorre los márgenes del boom sojero. Los rostros curtidos son testimonio y programática: Es necesario construir poder popular. Voluntad colectiva, el Estado que interviene no es más que la fuerza social que se hace Estado.
Y esta empresa no requiere de la pulcra propaganda oficial sobre la gestión eficaz en materia social, necesita del gesto excesivo, el gasto inútil que denunciaba la oligarquía vacuna, que abra la posibilidad de que las clases populares se apoderen material y simbólicamente de este gobierno. Nuestros compañeros no defenderán una licuadora ni una heladera, sino lo que ella representa: la intolerable afrenta de considerarse Argentinos por derecho y no de hecho. La de presentar y reclamar su argentinidad.
Las políticas sociales no satisfacen necesidades, "ni construyen ciudadanía progre", son un gesto de redención y de apropiación. Son ideología pura. Lo que el enemigo no soporta es la vocación igualitaria, es esta la verdadera democracia, no la charlatanería de los nuevos "libertadores".
Esa debe ser la forma de asumir el conflicto, sólo las conquistas tácticas asegurarán y consolidarán estratégicamente un proyecto de país, que tímidamente está naciendo.
Se denunciará la vocación divisionista, sí, de aquellos atemorizados por la presencia del otro país, pero esa división, en su latencia y posibilidad, constituyó en el anonimato naturalizado la geografía de nuestra Patria.
La xenofobia, se ha envalentonado, ha salido del pudor privado y ha tomado por asalto el escenario de lo público. Lo que antes era el exabrupto del primo "medio facho" en el asado del domingo que ruborizaba a los restantes comensales, hoy en día es un "legítimo" pronunciamiento. A partir de esta toma de la palabra, se ha comenzado a construir una militancia tenaz, la del cacerolero indignado y crispado. Este no es un dato a subestimar, esta es una derecha de masas.
Para enfrentar este desafío, el gobierno debe redireccionar no sólo su política pública, sino también realimentar la correa de transmisión entre los sectores populares y la participación política. El PJ no puede, ni debe, ser el centro exclusivo y excluyente de tal estrategia, tendrá que someterse a una disciplina movimientista, de liderazgo firme, construido y cimentado en las nuevas formas de protagonismo social, en las nuevas representaciones que este gobierno había convocado y esperanzado.
No basta con el reparto diferencial de las ramas, la transversalidad requiere nuevos bríos, se trata de recorrer una diagonal respecto del sedimento justicialista.
Este gobierno ha mostrado pruebas de historicidad, de conciencia histórica, las clases dominantes también.
El Bicentenario debe cobrar forma a través de las nacientes identidades que hunden sus raíces identificatorias en lo profundo de la historia que supimos leer, pero que se encuentra advertida de las exigencias del presente, de la matriz constitutiva de toda política. Esa matriz es la del sujeto naciente, su experiencia de lucha presente, sus aspiraciones, su cotidianeidad, hacia ella debemos ir, para entusiasmar, para convocar, para vencer.
Se abre un nuevo capítulo, las decisiones que hoy se adopten no podrán ser fácilmente desandadas habida cuenta del estado de la situación, de la trama de fuerzas que la surcan.
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